Un reguero de vida inunda mi corazón, al sentir una alegría infinita por todo lo que el universo es y me permite experimentar junto a el.
Sereno escucho la melodía de las sonrisas, curioso me adentro en la inmensidad de las almas de otros cuando se abren en conversaciones profundas conmigo.
Cuando me uno al mundo a través de ellos, soy ellos, sus emociones y sus circunstancias y con la comprensión de los hilos de colores que tejen sus vida, vuelvo a ser libre de nuevo.
Un día decidí saltar al abismo y ahora me siento como ese ave sagaz que observa todo con la privilegiada perspectiva que aclara la conexión, las relaciones entre todo lo que une el vacío.
Pero lo que veo no es sino un reflejo de mi mismo, y lo que siento no es mas que el apogeo del amor, y lo que escucho no es mas que el eco de la vibración de mi corazón unido al resto, lo cual me acerca a la paz y a honrar el equilibrio más fresco y sutil jamas soñado.
Aturdido y pleno por ello me dejo llevar por el río de la esperanza y me sumerjo en el placentero viaje que me conduce a conectar esta realidad que me contiene y a su vez es contenida.
La Luz del alma es el faro que me guía, mi corazón el motor que sobrepasa las expectativas de potencia necesaria y mi fe las alas que me acompañan para dirigir el vuelo y virar en mi viaje.
No estoy soñando, no estoy fantaseando, en estos momentos la realidad es mi fiel aliada, a la que un día convencí de los propósitos mas nobles de conquistar montañas, de coleccionar simas y que estas sirvieran para reflejar el equilibrio preciso, pues no avanza más el que mas corre, nada o vuela, sino aquel que se permite las pausas justas para observar el cambio dentro del cambio en su sendero.
Mi destino ya es otro tras contemplarme hacia dentro, mi voluntad la caricia que me hace falta, mi contribución la paz que se aposenta en mi centro y la vida un sinfin de experiencias y momentos a los que prestar atención y focalizar antes de ser vividos.
Saboreo la brisa de la eternidad, cada ocasión que estos sentimientos se reúnen conmigo, y me abrazo a mis miedos, cuando la compasión acude a mi senda y me permite decirte ser humano que ahora me escuchas: que te quiero.